Desarrollo
Érase una vez un hombre que, en uno de sus
viajes, llegó a una aldea. Dejó su bolsa junto a un árbol y mientras se iba a
bañar al río, algunas personas se acercaron a curiosear. Uno de ellos abrió la
bolsa y sacó un espejo.
Nadie
en aquel pueblo había visto un espejo. Así que, cuando el hombre lo sacó y se
miró en él, se quedó atónito al ver la imagen de su querido padre que había
muerto hacía unos pocos años. “¡Oh, Dios mío!”, exclamó, “este es mi padre, a
quien rezo todos los días. ¡Le estoy viendo!”.
Así
pues, se llevó el espejo a su casa y lo colocó en su habitación. Con la puerta
cerrada, se sentaba frente al espejo durante horas, diciéndole a su padre lo
mucho que le quería y cómo le echaba de menos. Aquel hombre y su esposa se
amaban y antes de que apareciera el espejo, pasaban mucho tiempo juntos. Pero
ahora, él pasaba tod l tiempo en la habitación donde tenía el espejo. Su mujer
empezó a sospechar y a preguntarse qué hacía su marido allí tanto tiempo y
pensó que se había enamorado de alguna bella mujer.
Un
día, cuando él no estaba en casa, entró sigilosamente a la habitación, vió el
espejo y se puso a llorar. Era la imagen de una mujer hermosa.
Cogió
el retrato y se lo levó al sacerdote. Al nseñarle el espejo, le dijo: “Tengo un
problema. Mi marido solía pasar mucho tiempo conmigo, y ahora lo pasa con
ella”. El sacerdote era un anciano de cabellos largos y blancos, rostro sereno
y ojos brillantes. Al mirarse al espejo, exclamó: “Este es Dios, a quien he
rezado y a quien toda mi vida he deseado ver!”.
El
sacerdote se levó el espejo y lo colocó en su templo. Cuando el hombre volvió a
su casa, al entrar en su habitación, vió que había desaparecido el retrato de
su padre y se sintió muy apenado. Poco después, llegó su esposa y le acusó de
haberse enamorado de otra mujer.
Finalmente
apareció un sabio que reunió a todos los habitantes del pueblo y les dijo: “No
tenéis por qué discutir, pues lo que veis en el espejo sois vosotros mismos”.
Ala mujer le dijo: “No hay ninguna otra mujer, te ves a ti misma y eres muy
bella”. Y al sacerdote le dijo: “Ese no es Dios. Dios está dentro de ti. Es a
ti mismo a quien ves en el espejo”.